viernes, 10 de diciembre de 2010

El día del partido.

Sólo piensas en el partido, los golpes que recibirás y encajarás, los gritos del entrenador y en la adrenalina del momento. Al día siguiente te levantas cansado, nervioso, desayunas, pero poco.


Comienzas a preparar la bolsa con las botas llenas de tierra del anterior entrenamiento.
Te diriges, al campo y sí, no eres el primero. Pero tampoco el último. Allí ya hay otros 4 compañeros aún más nerviosos que tú.
Cuando llega el autobús del equipo rival ni les diriges la mirada. Son muchos más, más grandes... Los compañeros que faltaban llegan. Se abre el vestuario. Todos entran como reses al matadero. Silencio sepulcral. El entrenador comienza a dar sus instrucciones, reparto de equipaciones y a ponerse las botas. Algunos comentan el estado del campo, otros se quejan por el tiempo, y los menos permanecen totalmente callados. Cuando todos estamos listos, las arengas del entrenador cumplen su función y el capitán empieza a gritarnos. Nos ponemos todos en fila delante de la puerta, camiseta por dentro del pantalón y traqueteo de los tacos metálicos contra el suelo. Aún queda más de media hora para el partido. Comenzamos a salir. El color de la camiseta destaca sobre el verde del campo de rugby. Empezamos a calentar mientras el viento ondea en las banderas de fuera de banda.

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