Talonador: La garra

 El talonador. Colgado de los “escasos” hombros de los pilieres, y con unos 20 kilos menos de media se puede decir que es el hermano pequeño del resto de delanteros, al menos de las dos primeras líneas. Cuando el uno y el tres le agarran del pantalón, la agrupación se compacta para entrar a la melé. Los diez segundos de espera entre el “crouch” y el “engage” son eternos, pero aunque no sea el que más empuje, es el que asesta el primer golpe.

Puede ser el que más grite y maldiga cuando el balón rebota en un segunda o el talonador contrario se la roba, pero también es el que más se calla cuando el medio la introduce parcial a favor.

En categorías más amateurs se dice que tiene más huevos que piernas, y suele ser verdad. También suelen tener el cuello más bien ancho, por eso de que aguantan el empuje de todo el pack en la genuina parte que une el cuerpo con el elemento pensante. No puede faltar tampoco la segunda tarea del hooker, como lo llaman los ruggers argentinos. El saque de banda.  A una mano o a dos, parcial o no es todo un arte. Las señas con el medio que indica la jugada, y los gestos cómplices con el saltador no tienen igual. La parrafada sin ningún sentido siempre tiene truco, y, aunque falle en el lanzamiento, un talona, en contadas ocasiones confunde la seña. Él nunca se equivoca.

Otro cantar es al defender las touche rivales. Mira con cara impávida el lanzamiento de su compañero rival mientras espera y desea un rebote que caiga hacia su lado para poder percutir contra el ala, que lo mira cinco metros más allá con cara recelosa. Incluso se puede permitir un cambio de pie o un amago, para algo están las piernas.

Con el número 2 a la espalda vive desde dentro esa maravilla a la que llaman melé. La melé que te desespera cuando llevas medio partido y el equipo rival te arrastra en todas, es la misma que te ilusiona cuando oyes los resoplidos del otro equipo al producirse un avant.

Grandes como Raphael Ibañez, John Smit, Sean Fitzpatrick o Keith Wood estarán de acuerdo.